Al Gordo le empezamos a decir Carl Sagan, porque ve más cometas que un astrónomo.
La coima burda abunda. Cajeros del cliente (una empresa transportadora de gas llamada OGT) deciden qué comprar y a quién, cuando esas decisiones debieran correspondernos a nosotros. El Gordo está furioso, más caliente que chapa al sol, le están escupiendo el asado, trata de hacer bien su trabajo y le embarran la cancha con decisiones de facto. Generalmente, en proyectos de este tipo hay que comprar rápido, para terminar rápido; lamentablemente, el contrato le abre una puertita al cliente para tener injerencia sobre algunas compras. Obviamente, los mamones comerciales de Construx que promovieron este negocio chino no advirtieron los efectos nocivos de esa clausulita sobre el plazo del proyecto, que se hizo de chicle.
Básicamente, las obras de ingeniería constan de cinco pasos:
1) Diseño y cálculo
2) Compra de materiales y equipos a partir del diseño y los resultados del cálculo
3) Acondicionamiento del terreno y construcción de bases de hormigón
4) Montaje de los equipos y cañerías sobre las bases de hormigón y soldadura
5) Chequeo general y puesta en marcha de la planta
El escollo se presenta en la etapa (2), cuando los colosos de la lata (dos cerdos come-arepa de OGT, apodados la Chancha y la Puerca) se meten, arreglan directamente con nuestros proveedores y eligen a quien los adorne mejor, sin importar si el vendedor no está calificado o si sus productos no cumplen con las especificaciones de nuestros diseños. Paradójicamente, la Chancha y la Puerca deciden lo que se les antoja y nosotros, a pesar de todo, debemos garantizar el funcionamiento del gasoducto. Si en lugar de una válvula de seguridad instalás una milanesa de ternera, lo más probable es que vuele todo a la mierda. Pero a los cerdos ni les preocupa; los boludos que firmaron un contrato leonino no fueron ellos.
La Chancha va a las reuniones técnicas para joder; está en otra, masturbando su BlackBerry y viendo los mails entrantes, donde Don Soborno le avisa que “lo suyo ya está”. Se ríe, codea a la Puerca y le muestra el mail recién recibido. La Puerca se incomoda, es un poco más serio y no está en “esto” hace tanto tiempo. La Chancha sale de la sala de reuniones y lo calma a Don Soborno diciéndole que lo suyo también está, que no importa la especificación del equipo, que él tiene la última palabra, porque nadie entiende nada y todos confían en él. Así el tiempo pasa, los cerdos engordan y nosotros miramos absortos esta comedia de probable final trágico.
Sorprende la unidimensionalidad de los actores, quienes sólo piensan en una variable: la lata. Se desviven por dar el zarpazo y se olvidan del resto. No tiene límite nuestra capacidad de asombro ante tanta imprudencia junta. Cada personaje tira para su lado, todos meten la mano en la lata y si nosotros no somos capaces de llevar a buen puerto el Titanic, nuestra cabeza rueda seguro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario