Capítulo 65 – El Regreso del Gordo



Ring Ring.

Demasiados teléfonos esta semana. Una buena: el Cordobés. Pero estaba eufórico, llamando como loco.

“¡E’ una shé-velá-a-ción!”

Se podía escuchar al Cordobés a pasos de distancia del teléfono del Ucraniano. Nos echamos un pique a su bolichín y de una lo vimos al loco arrodillado frente a su horno de barro. Al toque se da vuelta y, señalando hacia el interior del horno, nos dice: “¡Miren, miren!”

No podíamos creerlo… NO-PO-DÍ-A-MOS-CRE-ER-LO. El rostro del Gordo, exacto, estampado con blanquísima harina de trigo en la pared interna del horno… Nadie podría haber realizado semejante obra a través de la diminuta entrada. Un milagro pampeano en el Caribe.

No había otra manera de interpretar esa señal. El Cordobés prendió el fuego, el Ucraniano cerró todo y yo armé las empanadas. Jugamos a las cartas, quemamos, tomamos mate y cuando el horno estuvo listo, calentamos la cena.

Terminamos de comer y a los pocos minutos, una modorra cósmica se apoderó de nosotros e instantáneamente estábamos presenciando el esplendor de la providencia divina.

Eran las 12AM del miércoles y estábamos viajando en asteroide.

***

A la mañana siguiente, despertamos en el bolichín. Una sublime claridad nos invadía y partimos como apóstoles a explorar el disco de red del Consorcio, donde el Gordo había dejado las coordenadas de su testamento firmado.

¡Bingo! No era un testamento, era un poder. Muy oportunamente, nos apoderó para demandar al Consorcio (o a las consorciadas) en caso de deceso y ser beneficiarios de los resarcimientos económicos.

Inmediatamente, contactamos al Dr. Mantillo para que iniciara la demanda al consorcio en representación de “Los Anónimos Apoderados del Gordo Facho”. Un frente más que se le abre al cocainómano impresentable.

En dos palabras, las instrucciones al abogado fueron: “Hacelos-connnncha”

***

Recuperado de la intoxicación, el merquero reanudó sus funciones como representante del Consorcio. Llegó a su despacho, se prendió un pucho y revisó la correspondencia. Carta Documento.

Se prendió otro.

Por un momento pensó lo peor, pero no… La comunicación no estaba relacionada con ese asuntito que lo tenía agarrado de las bolas. Suspiró. Confiaba en que no lo traicionaríamos, en que actuaríamos en pos de la solución social óptima acordada en la negociación. Confiaba en que, evidentemente, detrás de esa Carta Documento había tan sólo un abogadito oportunista, que en nombre de la justicia social encarnada en una ignota ONG llamada AAGF y en base a vaya saber qué legislación o jurisprudencia, le iniciaba una demandita de oficio al Consorcio por la desaparición del Gordo… Pero, no.

Se prendió otro.

Uno puede atacar en un frente y defender en otro, a lo sumo. Tres frentes, cuatro, no. Así, no. Mal que mal, el hombre, además de tapar sus chanchullos y continuar con sus negociados, tiene que seguir careteándola hasta las últimas consecuencias. No puede borrarse, así nomás, de la vista de Abel (y del Cholo, en menor medida). Debe seguir respondiendo. Este es un negocio de enredos, de acuerdos y desacuerdos, transas y marañas de cuestiones incompatibles e inefables; donde se larga la liana siempre y cuando haya otra en la mano opuesta. Pero acá se le acabó la selva.

Colapsado por los nervios, ya no sabía qué hacer. Convocó a reunión de Junta Directiva del Consorcio para tratar (o sea: derivar y caretear) quilombos a la orden del día: secuestros, estafas, coimas, y demandas judiciales. Ya no aguanta más.

Fumando. Uno tras otro. Algo le hacía ruido. Algo lo tenía incómodo…

Abel dijo presente, el Cholo no. Se reunieron Abel y Merca solos. Charlaron largo rato.

Nos enteramos que Merca batió. Parcialmente, pero batió. Cuando se reúne con Abel, no puede fumar, y si no fuma se pone nervioso. Lo tanteó a Abel para notar su reacción sobre las adjudicaciones irregulares y metió la pata; ahora éste también sabe que algo raro pasó. Merca le pidió discreción, para que nosotros no nos diéramos cuenta de su falta; pero Abel no sabe de discreción. Obviamente, Abel no lo encaró directamente al Cholo, porque es cagón. No se animaría a preguntarle de frente por qué firmó esa orden de compra irregular que tanto enardeció a la piara. Lo cierto es que tampoco iba a obtener una respuesta satisfactoria: ni siquiera el Cholo sabe qué carajo firmó. El sólo sabe que firmó unos papeles que le dejamos sobre la mesa. Entonces nos llamó a nosotros.

Merca, sin querer encendió la mecha. Afortunadamente, nuestras abuelitas nos enseñaron a no recoger caramelos del suelo y a no confiar en cocainómanos impresentables.

***

Terminamos de cenar y, aparentemente, lo llamamos al Gaita para que enviara a las autoridades de la Guajira el video del Facho Fumong incriminando al cocainómano impresentable, en un sobre cuyo remitente fuera AAGF.

Ring Ring.




4 comentarios:

Madame Lulu dijo...

que buena música bro!

Orlok dijo...

Aguante el gordo devenido en gauchito gil.

Lillí dijo...

Me dá mucha paja leer todo de golpe... ¡es que vengo atrasada!

Dame un día más de lluvia.

¡Broda, a por el libro (así no me caen los ojos)

fernandes dijo...

Vió, Madame? Son unos grosos. Tocan en muchos lugares, pero realmente vale la pena cuando tocan en el Teatro Stella Maris de Acassusso. Cuando quiera, yo la llevo a esa experiencia metalera lisérgica.

Orlok: Usted lo dijo.

Lillí: La entiendo perfectamente. Las cosas hay que leerlas cuando uno tiene tiempo y ganas. Reconozco que esto es algo más denso que mis otros blogs.