Capítulo 67 – Adiós Colombia

Pedí el taxi para las cuatro y media de la tarde, a fin de evitar sorpresas. Hice el check in, me puse en lista de espera para upgrade, pasé el control de seguridad, migraciones, comí algo en la confitería (pedí una arepa con pollo, pero no había) y el avión partió hacia Lima a las 20:30.

La prioridad era no perder el avión; pero, realmente, me hubiera gustado muchísimo ver cuando se lo llevaban al cocainómano impresentable. Por suerte estaba Murdock para contarlo con lujo de detalles.

Escala en Lima. Religiosamente, pedí unas papas a la huancaína y un jugo de naranja. Le compré un perfume a mi vieja y un pisco al Bolón (quien me regaló a las Turboperras y las cuida cuando no estoy); después me acerqué a la puerta de embarque para ver si había lugar en Business. El tramo Bogotá – Lima no importa mucho, porque los asientos son iguales y el viaje no es muy largo; pero en Lima – Buenos Aires es fundamental zafar de clase económica porque a la madrugada el viaje se torna tedioso.

¿Gusta una copa de champagne, señor?

Me dolía un poco la cabeza, pero sí. Sí, cómo no. Muchas gracias. Brindemos.

Hoy la gente toma conciencia de clase cuando ve a los pasajeros de primera tomar champagne antes de despegar. ¿Por qué, por lo menos, no sirven el champagne una vez que pasaron todos pal fondo? El show me dio un poco de culpa y me dejó pensando; pero bueno… Había que brindar y esta era una situación excepcional. Apuré la copa al ver que estaban cerrando las puertas.

Vi por la ventana las luces de Lima alejarse… Pero quien se alejaba era yo. Al llegar a la altura crucero, recliné la butaca a 180° y dormí profundamente.

En Buenos Aires hacía mucho frío. Respiré hondo y miré el furioso cielo celeste. El remisero me dijo que ayer había llovido a cántaros.

Llegué a casa y preparé mate. El jardín estaba helado y el molino, quieto.

***Fin de la bitácora***